El local está en el tercer piso, encendido en rojo y con un flujo constante de bandejas que entran y salen. Es fast food sin vueltas: pedís por la pantalla, esperás que esté tu orden y te sentás a devorar sin hacer sobremesa.
Pedimos el Dipping Bucket ($32.300): 9 strips, 6 alitas, 3 papas chicas, 3 gaseosas y 3 salsas para mojar como si fuera un campeonato interno de cuál es la mejor. Es un formato pensado para gente que no quiere discutir qué pedir, sino solo repartir las piezas y morfar.
La sorpresa para mi fue el Big Box Doritos ($15.600): un sandwich de filete de pollo rebozado con Doritos que crujen, queso cheddar y salsa, 2 strips extra, papas y gaseosa medianas. Es una caja armada para el que quiere un combo individual contundente.
El sistema está diseñado para que los strips terminen inevitablemente bañados en salsa. La mostaza con miel es la opción que abraza, la barbacoa va para los que buscan dulzor agresivo y la picante te despierta lo justo para seguir comiendo como si fuera un deporte.
Las alitas también están buenas, y el pochoclo de pollo es un snack divertido. No son nuggets de pollo procesado, es pollo pollo. La pechuga es sabrosa y tiene buena textura. Va como placer culpable cuando tenés ganas de comida bien yanqui.
Esto no se disfraza de gourmet ni tiene complejo de bodegón. Juega otro partido: el de la satisfacción inmediata, condimentada, lista para irse sin mirar atrás. No construye nostalgia, te compra el presente en porciones.
Precios y opciones para los curiosos que quieran ir a darse un gusto con la novia después de ver una peli europea en los Cines del Siglo.
TEXTO: Nicolás Maggi
FOTOS: Yemina Paz Menis
