Este finde nos agarraron ganas de probar algo distinto y nos fuimos para San Lorenzo. Terminamos cenando (bárbaro y muy barato) en un bodegón que queda en el predio del Convento San Carlos, al lado del museo y donde se albergó San Martín antes de la Batalla de San Lorenzo.

La comida fue buena, pero el gran protagonista es el lugar. Una propiedad que tiene +150 años ubicada en el casco histórico, con estética colonial-jesuítica, un edificio de techos altísimos con tirantes de madera expuesta, aberturas grandes, paredes blancas y baldosas terracota.

Guarda una idiosincrasia de fonda antigua, con muebles rústicos pero nobles y elementos decorativos criollos y vintage. La cocina es de bodegón: parrilladas generosas y platos clásicos y abundantes con una reversión actual.

El lugar se llama Viejo Bodegón, está en Avenida San Martín 1640, un lugar muy asociado a la historia de la ciudad, y es una encarnación bastante nueva de este local histórico, ya que los actuales dueños lo agarraron en agosto de 2024 y le dieron estos aires de pulpería moderna.




Las cosas funcionan en otra sintonía en San Lorenzo. Todo el mundo está más relajado y se mueve a ritmo de pueblo. Era Viernes Santo y la calle estaba llena de grandes y chicos disfrazados de romanos y de pueblo hebreo que habían participado de alguna actividad por Semana Santa.

Sobre lo que comimos. De entrada yo pedí las mollejas a la crema y vino blanco con papas españolas y estaban 9 puntos. Platazo.

Yemi comió la tortilla rellena con morrones de los tres colores. Bien sacada en punto babe, con un sabor asado. Muy buena.

De principal pedí el osobuco braseado en cocción de 5 horas en reducción de cabernet. La carne era enorme. Interminable. Un plato que en Palermo te lo cobrarían el doble. A mi gusto le quedó un poco sin líquido al final de la cocción. Pero estaba muy sabroso.

Yemi se pidió los tallarines caseros con crema. Un plato clásico pero que sirve para saber si en un lugar cocinan bien. Si no hacen esto rico, las pastas no pueden ser buenas. Acá lo son. Sacados re al dente. Buen cuerpo.

Como no estábamos tomando alcohol bebimos una jarra de limonada con frutos rojos muy bien preparada. Hay una carta de vinos clásica, tragos tradicionales y gaseosa tamaño familiar, como corresponde. También nos pedimos unos mocktails buenísimos.


De postre fuimos por un flan casero con un dulce de leche como hacía mucho que no comía. Colonial, denso, que cobraba formas geométricas cuando pasabas la cuchara. No sé si se entiende. No cede. Es espeso pero no repostero. Mágico.

Además probamos un brownie con helado. Cumplidor.

Dato 1: La atención es magnífica.
Dato 2: Hay kinder para chicos.
Dato 3: Los precios son baratísimos.
Dato 4: No hay lugares así en Rosario.



