Anoche fuimos a Corcho (Alvear 41), un lugar nuevo de vino y tapeo. Otra propuesta dentro de la tendencia de la gastronomía a construir «experiencias», no solo un local donde ir a comer y tomar algo.

Son lugares con cartas más chicas, especializados en ciertos productos, y donde todo está pensado alrededor de un concepto. En este caso, el vino.

El local es más bien chico, la barra es el corazón y todos se sientan alrededor en banquetas bastante cómodas (hay más lugar en barras a los costados y afuera). La idea es que vas tomando vino por copa o por botella, con muchas etiquetas, y pidiendo platitos de comida tipo tapeo.

La relación con el personal y la calidez de los que trabajan para atender al público es CENTRAL y hace la diferencia. Si sos curioso y te gusta saber y aprender, hay mucho diálogo para ir eligiendo qué pedir y te van explicando de qué va cada cosa.

Hay unas 15 opciones de vino por copa, y la sommelier es realmente muy buena en darle contexto a todo lo que bebés. Tienen muchísimas etiquetas, y si bien hay bodegas tradicionales, la idea es darle lugar a productos boutique, de tiradas más chicas, menos industrializadas.

Tomamos unos naranjos frutados, perfumados, delicados. Un pinot noir con dejo de cereza. Un torrontés con fragancia a flor blanca y miel. Un cabernet franc con lindo cuerpo. Un malbec con marcado paso por barrica. Y cerramos con unos spritz.

Al igual que Sardo (mismos dueños, está al lado), no se presenta como un lugar con inclinación vegetariana, pero tiene pocos platos con carne y te obliga a ampliar el paladar sin repetir recetas, al tener propuestas gourmet y sutiles, con ingredientes que no tenés en casa.

El chef, que estaba ahí y con el que pudimos charlar, despliega todo un abanico de recursos en quesos, charcutería de vegetales, reducciones y chutneys de frutas, frutos secos, crocantes. La comida es un rasgo muy destacado de ambas propuestas que marida muy bien con la bebida.

Comimos: burrata con pesto y tomates confitados. Gazpacho de tomate con nueces picantes. Queso de castañas con una polenta crocante y reducción de frutos rojos. Y una selección de quesos con cebolla crispy y chutney de pera.

La comida sale rápido, no hay grandes esperas. Y todo lo acompañan con pan de masa madre o focaccia.

Para subrayar lo bien elegida que está la música. Va acompañando el ambiente según avanza la noche, y van bajando las luces, pasando de algo tranca como Lisandro Aristimuño a algo cada vez más rocker como Yeah Yeah Yeahs. Realmente hay muy pocos lugares que le den bola a esto.

Se nota que los que pensaron el lugar viajaron y vieron cosas en otros lados para inspirarse. Porque está todo muy cuidado hasta el último detalle, levanta la vara de Rosario. Me gustaría tener algo para criticar pero sinceramente no encontré. Eso sí: no esperen un lugar barato.
