Lo armaron en 2019 recuperando un caserón del siglo XIX que había sido de David Parr, un viejo inglés que se fue a la segunda guerra y volvió loco. En 1994 había sufrido un incendio y permaneció abandonado durante años.


Me crié cerca del barrio y recuerdo que alrededor de su aura misteriosa se tejían todo tipo de mitos paranormales que vamos a contar en otra oportunidad. Porque después quiero repasar bien la historia de la mansión.


Eventualmente la compraron los Araujo, los de la bodega, y la refaccionaron. Se asociaron con el que había tenido durante años Pueblo Fisherton sobre Eva Perón. La gente del barrio lo recordará. Y su proyecto gastronómico se mudó a la casa.


Tiene un terreno verde enorme e imponente que se disfruta mucho cuando suben un poco las temperaturas, sobre todo cuando cae la noche.


La propuesta es de muy buen nivel: gastronomía y coctelería de autor, hay una cava subterránea con una selección de vinos refinada. La casa está llena de espacios y recovecos, en dos pisos y un sótano.


La carta es muy completa: tiene pescado, carnes, parrilla, pastas, pizza, sandwiches. Todo con una búsqueda de salirse de lo tradicional, con algún distintivo de la casa. El servicio es muy bueno. ¡Y esa barra!


Pero vamos a la comida. Arrancamos con una provoleta rellena con hongos salteados, pimientos asados y salsa romesco (glorioso detalle). Buena materia prima del queso. Una capa de crocante arriba y bien derretida en el medio, que se hila bien cuando la servís.


Empanada de cordero braseado, cebolla, champignon, merken y comino. Gloriosa. Jugosa, frita, con mucho relleno. Y bien condimentada: el merken me pareció una adición precisa.


¿Para tomar? Empecé con un trago. Fresco atardecer: Gin, cordial de lima y menta, campari y almíbar. Bien preparado. Equilibrado. Voy a ser redundante: fresco. Y hacía calor, así que fue como piña.


De principal pedí entraña con puré de cabutia, queso azul, salsa criolla y unos chips de papa crujientes. Estaba armado de una forma hermosa, por las texturas: abajo el puré, en el medio el roquefort, un colchón de criolla, la entraña y arriba rulitos de papa frita. Sublime.


Yemi que es veggie pidió los ravioles rellenos de pera asada, cebolla, nuez y queso gouda. Salteados con manteca de tomillo y ajo. Bien agridulce. Distinto. Cuando la pasta es buena la masa no protagoniza. Yo probé uno de metido. Realmente muy ricos, loco.


Para los principales tomamos vino: El Interminable, un red blend 2018 de bodega Sin Fin. 70% malbec con 12% cabernet franc y 12% petit verdot. Es de una zona de Mendoza, Rivadavia, que no es de las más conocidas pero están haciendo muy buenos malbecs. Esta no fue la excepción.


La carta de postres tienen extravagantes y clásicos. Pedimos el Dulces Pasiones: esfera de chocolate blanco, corazón de maracuyá, crema inglesa de espumante rosé y tuile de almendras (esas tejas crujientes). Divertido de comer, múltiples texturas. Muy de chef. Nos gustó.


Detalle: tienen cubiertos VOLF. Muy caros y de calidad. Se usan para regalos de casamiento y son los principales proveedores de cubiertos y vajilla de la Casa Rosada desde la época de Agustín P. Justo.


Es un lugar arquitectónicamente único en Rosario: una mansión inglesa del siglo XIX redecorada con buen gusto. Ideal para una cita. Con buen parque para el calor. La cocina y la atmósfera me recordó al Wembley o el Sunderland.


En invierno es cálido y lleno de madera. Iluminado de manera acogedora, la música acompaña y las mesas están bien espaciadas, no te molesta la conversación ajena.


Precios: gastamos 42k sin el vino (que veo que nos regalaron). Para la calidad de la comida, el lugar y la propuesta, lo recontra vale. Gente que no es de la zona: queda Boulevard Argentino 8013 (en el noroeste). Nosotros fuimos en Cabify desde Echesortu, $4800. No es tan lejos.


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