Hacen de todo, con platos con un sello medio de bodegón pero bien presentados: hamburguesas y sándwiches; milanesas y minutas; empanadas y otras entradas; platos elaborados con carnes; y pastas. Pero la especialidad son las pizzanesas tamaño dinosaurio con una montaña de papas.


Es sábado al mediodía, hace frío y el lugar está explotado de gente. Afuera, en la canchita, hay un partido de futsal infantil.


Algunos entran a pedir, esperan fumando un pucho y salen con la comida hecha para llevársela a su casa. Un par de locos comen afuera para no hacer cola.


Adentro, en el salón, hay mayormente familias. Un par de mesas festejan cumpleaños. Hay personas paradas esperando que se desocupe un lugar para sentarse. La cocina está funcionando sin parar. Sacan y sacan comandas. Labura mucha gente en el lugar.


El Social forma parte de ese imaginario tradicional que se cree perdido y es tan añorado. Un lugar donde las empanadas son fritas, las porciones son gigantes, las servilletas son de tela, la gaseosa viene en botella familiar y cuando te sentás te traen la panera y un escabeche.


Arrancamos con dos empanadas. La de carne es frita, jugosa, con verdeo y pasas de uva. Al morderla cae un jugo anaranjado precioso, la masa es gruesa y hojaldrada.


También hacen una de roquefort TREMENDA, que chorreaba al cortarla. Un lujo arrancar así una comida.


Después comimos una tortilla de papa que también estaba espectacular. Cremosa, con el huevo bien batido, la cebolla en hebras rehogada. Muy bien hecha y te preguntan el punto.


Te la traen con gajos de limón, perejil picado y el molinillo grande para que le pongas pimienta a tu gusto.


De principal pedí el entrecot napolitano, un bloque de carne majestuoso, alto y magro, coronado con queso derretido y tomate. También me preguntaron el punto de la carne y lo respetaron.


Te traen un recipiente con una criolla que era una fiesta, se la mandé toda, y unas papas en cubos bien doradas que acompañaban perfecto.


De postre probamos el flan que era como comer una nube rodeada de caramelo (para seguir jugando bocha a fondo lo pedí mixto) y un budín de pan con dulce de leche que era mortal, sencillamente estaba hecho perfecto. Todo casero, con sabor a abuela.


Síntesis: nos fuimos repletos y felices. El lugar es encantador, la comida es soberbia, los precios son recontra buenos. Te atienden de primera. Y la carta tiene muchas cosas interesantes. No recomendado, recontra recomendado. Vayan a este lugar del bien.


En el Instagram está la carta, el teléfono y los horarios.
@grancomedorclub


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