El café no es solo café

El café no es solo café. Es conversación, identidad, comunicación. Es un campo de batalla donde el barista y el comensal libran una guerra silenciosa entre expectativas y realidades, entre la ilusión de la especialidad y la brutalidad del hábito. ¿Qué hace que un café sea memorable? No es solo el grano, ni la molienda, ni el filtrado perfecto. Es la experiencia que se construye alrededor. Y en ese punto es donde la gastronomía se juega todo: en la hospitalidad y el servicio.

De esto se habló en una charla sobre calidad y servicio en la experiencia gastronómica a la que nos invitó la gente de Infinita Panadería. «Café de especialidad: más allá de la taza», fue el título, y estuvo a cargo de Diego Baetcker, de Fuego Tostadores, proveedores de los granos que se utilizan en el establecimiento.

En la actividad, se dejó claro que un café puede tener 92 puntos de calidad y aún así fallar en la mesa si la experiencia es pobre. Porque la memoria gustativa no la define la intensidad del espresso o la dulzura de un geisha floral, sino el trato, la interacción, la manera en que el barista logra leer a su cliente.

«Dame lo más especial que tengas», pide Don Carlos, ese cliente imaginario que sintetiza a todos. Pero cuando recibe su filtrado perfecto, lo rechaza porque «sabe a agua». La desconexión es total. Y ahí es donde entra en juego la verdadera clave de la gastronomía: la comunicación.

La era del consumidor consciente

El comensal ya no es solo un receptor pasivo de lo que le sirven. Es un coproductor de la experiencia gastronómica. Preguntar, entender, cuestionar lo que consumimos nos convierte en clientes más inteligentes. Y si del otro lado hay un barista o un mozo que sabe hacer las preguntas correctas, la conexión está garantizada. Un café mal calibrado se perdona. Un mal servicio, no.

Y en esto, la hospitalidad es el elemento más subestimado del negocio gastronómico. Se puede tener la mejor materia prima del mundo, pero si la atención es fría, si no se genera un vínculo, el cliente no vuelve. En cambio, con pequeños gestos —un vaso de agua apenas te sentás, una mirada cómplice, la sensación de que alguien realmente quiere que disfrutes lo que estás por consumir— la experiencia cambia por completo. Ahí es donde la hospitalidad no es solo una técnica, sino una filosofía de trabajo.

La identidad gastronómica: no se copia, se construye

Cada espacio gastronómico necesita su propia identidad. No hay nada peor que un lugar sin alma, sin discurso, sin una razón de ser. En la charla, se habló de lo importante que es entender el concepto de cada lugar y respetarlo. A nadie se le ocurre pedir una milanesa con puré en una panadería, pero en el café, las expectativas están tan desordenadas que mucha gente sigue exigiendo un espresso bien quemado aunque esté en una cafetería de especialidad.

El desafío es doble: los gastronómicos deben encontrar su voz, y los clientes deben aprender a escucharla. Porque al final del día, la gastronomía no es solo alimentación. Es cultura, narrativa y experiencia sensorial.

El descafeinado y otras herejías

Hubo un tiempo en que el descafeinado era tratado como el enemigo público número uno del café de especialidad. Pero las reglas están cambiando. La cafeína no es lo único que define un buen café. Con métodos como la destilación con caña de azúcar, ahora se puede ofrecer un descafeinado con dignidad, sin la sombra de un proceso químico agresivo. Y si hay clientes que necesitan esa opción, ¿por qué negársela?

El crecimiento del café de especialidad no depende solo de la calidad del producto, sino de la flexibilidad para adaptarse a distintos paladares y necesidades. Es tiempo de abandonar los dogmas y entender que el café perfecto no existe: existe el café perfecto para cada persona.

El ritual de armar la mesa

El servicio gastronómico es como una coreografía bien ensayada. Un restaurante, un café, un bar, todo debería fluir con la precisión de un mecanismo de relojería. Pero para eso, hay que ensayar, ajustar, coordinar. No se puede improvisar un buen servicio.
Y esto nos lleva a una pregunta fundamental: ¿qué hacemos para que la experiencia en la mesa sea realmente especial? Armar la mesa no es solo poner platos y cubiertos. Es generar un clima, anticiparse a las necesidades del cliente, estar un paso adelante. Es entender que la comida es solo una parte del todo.

Al final del día, el gran desafío de la gastronomía no es solo servir buena comida o buen café. Es hacer que la gente quiera volver. Y para eso, la hospitalidad es el ingrediente secreto que nadie debería subestimar.

Agradecemos a Claudio Joison por la invitación, dueño de Infinita Panaderia y un tipo que siempre está preocupado por levantar la vara de la gastronomía rosarina.

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texto y fotografia por Yemina Paz Menis

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