Yo no sé si a ustedes les pasa. Pero cuando voy a un bar y veo que tiene Vermut Pichincha en la carta, siento que es un lugar que está un escalón más arriba. Para mí, significa que es un boliche más especializado. Es decir: saben.

Rosenberger es uno de esos bares. Y ya es uno de mis favoritos de Rosario. Siempre que tengo un punto muerto después del laburo y ando por la zona paso un rato a visitarlos. Me encanta el ambiente de BAR que tiene. Que parece una cafetería de viejos pero a la nochecita se pone.

Me siento, pido algo para picar y un vermut. Dejo el celular. Me detengo. Pienso, observo. Veo esa hermosa coreografía que hace al funcionamiento de un bar. El que lleva el café. El que sirve una birra. El que se para al baño. Los que llegan. Los que pagan y se van.

Todos los que laburan son amigos. Hay camaradería. Conocen a los clientes. A muchos nos llaman por nuestro nombre. Son todos jóvenes, pero parece un bar de antes. Suena rock nacional, pero se cuela en las formas un espíritu tanguero, un código viejo y respetado.

Me gusta elegir un lugar particular en la barra. En la tele casi siempre hay fulbo. Me gustan las aceitunas y que preparen el Pichincha casi 80% / 20%, con un susto de soda. Escucho las conversaciones. A veces participo. Pero, en lo posible, trato de pasar desapercibido.

Cuando estoy ambicioso me pido el sanguche de milanesa. La receta parece de antes. La milanga enorme. El pan crujiente. Lechuga, tomate, jamón y queso. Dos huevos. Dos vermut y eso y ya estoy para volver a casa feliz.

Tengo ganas de armar una lista de los locales que sirven Pichincha en Rosario. La busqué y no la encontré. Pienso visitar esos bares, llenando el álbum de figuritas, armando la cartografía de esos lugares que jerarquizan sus cartas con este vermut medalla de oro internacional.

Y si todavía no conocés este bar, andá, pedite un vermut y el chegusán de milanga. No te vas a arrepentir. Es una experiencia existencial.