Yo me crié en la zona noroeste, en el límite entre dos barrios. Cuando no quería quedar como pobre, decía que era de Fisherton. Cuando no me convenía pasar por cheto, decía que vivía en villa La Bombacha. Ambas eran una verdad a medias. Anoche fui a un lugar que me lo recuerda.

Cuando era adolescente, no había mucha gastronomía en el barrio. Recuerdo Chipaco, un restoran frente a la estación de tren que cambiaba de nombre seguido, Cacique y más lejos, sobre Eva Peron, el legendario Antártida. Quizás no recuerde alguno. No salíamos mucho a comer afuera.

Por eso me quedó grabado cuando llegó La Vendetta a Córdoba y Wilde. Yo ya era más grande y me había ido de casa. Pero un par de veces fui con mi viejo a comer algo. Reciclaron una casona hermosa que de chico me daba un poco de escalofríos, con un patio enorme. Habrá sido 2012.

De vez en cuando vuelvo. La casa de mi vieja sigue estando en el barrio pero ella ya no vive más ahí. La alquiló. Entonces, a falta de un punto de referencia, voy a comer a los lugares que quedaron. Un poco también como revancha de la carencia.

Uno es la pizzería. Me hace sentir las vibes de Fisherton. El parquizado, la arquitectura, la rotonda de la Virgen, la estación de servicio que para nosotros siempre fue ‘la Wilcor’. Siento que conecto con esa parte de mi que quedó dormida cuando me fui.

Así que nos sentamos y pedimos unos bastones de queso con salsa barbacoa y un volador, que es una hamburguesa casera gruesa envuelta en tapas de empanada y al horno. Pedí el potenciado con mostaza, muzzarella y cebolla. Viene con papas.

Por fin pude probar la Pizza Chicago. Es una pizza con el borde alto como si fuera una tarta que adentro tiene mucha salsa y mucho queso. Hasta donde yo sé es el único lugar de Rosario que la vende.

Pedimos la doble muzza. Tiene masa, queso, masa y salsa arriba. Está buena por diferente. También viene de pollo a la crema y de pepperoni (con mucho más relleno) pero las probaré cuando venga con alguien que coma animales.

¿Para tomar? Una jarra de limonada con jengibre y menta, que nunca defrauda. A veces hay que cuidarse.

De postre le entramos a la famosa copa La Vendetta que trae dos bochas de helado, dulce de leche y merengue sobre pedacitos de brownie, nueces y chantilly. Te liquida.

Me gusta Fisherton. Las veredas anchas llenas de verde, la humedad, los árboles, el golpe del viento en la cara que circula abierto, sin edificios, me recuerdan esa época confusa y encendida en la que empecé a buscar quién era. Por eso siempre volver me revuelve y me renueva.

Texto por Nicolás Maggi.
Diseño y fotografía por Yemina Paz Menis.

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