Cada vez que paso, Sodita explota. Así que una tarde me vine temprano a dar una vuelta por el nuevo local de 3 de Febrero y Laprida. Primer dato clave: se instaló en una esquina donde antes funcionaba una fiambrería. Vermut y espíritu fiambrero… nada puede salir mal.
Me gusta la mística barrial del lugar. Me gusta que se hayan levantado rápido después de la trompada de tener que dejar, de un día para el otro, el local original de San Juan al 1900, donde ya estaban consolidados. Antes, incluso, se habían bancado un cambio de nombre (era Sifón), porque ya existía uno en CABA.
La esencia de la propuesta está clarísima: salir de las zonas saturadas como Pichincha o Pellegrini, y mantener el formato de bar de barrio. Más tranquilo, descontracturado, con menos ruido en la calle y más aire, en esa zona híbrida entre Barrio Martin y el centro histórico.
Otro acierto: llevar una propuesta nocturna a un lugar donde casi no había nada. Ese vacío que se siente cuando salís del Teatro El Círculo o Plataforma Lavardén y te preguntás «¿y ahora, adónde vamos a tomar algo?». Bueno, Sodita y Estudio Vino 2 vinieron a llenar ese espacio.
Llego temprano, tipo 18. Martes. Ideal para cortar la semana. Me pido un Vermut Pichincha, lo que siempre pido para medir cómo anda un bar. Lo traen bien hecho, mucho vermut y poca soda. Para mí es determinante. Afuera, las mesitas y banquetas rojas invitan a quedarse.
Después pasamos al interior y nos sentamos en una mesa baja. El lugar tiene mucha onda. Está decorado con una paleta de rojo, azul y blanco, como la bandera santafesina. Detalles cromados, acero, luces que viran con la hora. Retro futurista, como el bar de Volver al Futuro.
Pedimos para picar unos tequeños venezolanos con alioli, una BBQ picantita y salsa tártara (vienen cuatro). Al horno, sequitos, sanos, sabrosos.
Después unas empanadas fritas de carne y caprese, perfectas. La cocina labura rápido. Al principio los había abrumado la convocatoria y tuvieron que meter más gente. Bien por ellos que acomodaron a tiempo.
Seguimos con el sándwich de la casa: osobuco braseado al vermut, queso, rúcula y tomates cherry fileteados. Sale con papas rejilla. Muy rico, con ese retrogusto amargo del vermut que se queda un rato en la boca. Difícil de comer porque viene cargado y generoso, como debe ser.
Para probar más cosas, pedimos otro sandwich y compartimos miti y miti. El segundo es de focaccia de mortadela, con mayo de pesto, tybo y nuez. Muy pero muy bueno. Buena miga, tamaño XL y ese detalle del crunch de la nuez que le suma textura y sabor.
El bar se llena de gente joven, grupos de amigos, parejas. A partir de las 19.30 empieza la avalancha. Se prenden las luces rojas, la música sube y el ambiente se transforma. La esquina se vuelve mágica. Charlamos un rato más. Miro el reloj: ya son las 20.30. Hora de partir.
Es pet friendly. Había una perrita que se venía a cada rato a nuestra mesa a buscar mimos. Le pusieron un platito cromado con agua. Una reina.
Salgo y miro la fachada. El cambio de local les sentó bárbaro. Se agrandaron y crecieron. Da la sensación de que siempre que hay un obstáculo, saben corregir. Sodita mantiene la esencia de siempre: buen vermut, comida rica y esa sensación de que el barrio vuelve a respirar cuando cae el sol.
Gracias
@vermutpichincha por apostar a este tipo de contenido. Me encanta visitar esos rincones hermosos de los bares rosarinos para armar este mapa de aquellos lugares especiales. Esta fue la entrega N° 7.
TEXTOS: Nicolás Maggi
FOTOS: Nicolás Maggi





